Cuando yo empecé a hacer fotos, hace ya mucho, mucho tiempo, tanto que la mayoría de los que andáis por aquí ni siquiera habíais nacido, el mundo de la fotografía era mucho más complicado, mucho más sufrido, pero también mucho más sencillo para ciertas cosas. Por ejemplo, eras un profesional si la mayoría de tus ingresos provenían de la fotografía, aunque no tuvieses que cotizar como autónomo, porque de aquello no existía esa figura fiscal, daba igual que trabajaras por cuenta ajena (eso si, sin cotizar tampoco), o que lo hicieras por tu cuenta si tenías suerte de encontrar algún cliente dispuesto a pagarte por tu trabajo.
En realidad, los considerados fotógrafos profesionales eran los que habían podido montar un estudio para fotografiar a las familias en sus días más señalados o para poder sacarte el DNI obligatorio. Luego estaban los fotógrafos de bodas, aquellos que habían llegado a un acuerdo con el párroco de una iglesia y disfrutaban de la exclusiva de las fotos dentro del recinto parroquial. Estos eran los que mas emolumentos se embolsaban después de haber satisfecho la comisión correspondiente al susodicho cura. Pero tampoco este era su principal trabajo, siempre tenían algo para el día a día pues en realidad eso de las bodas solo funcionaba los fines de semana.
Fuera de las iglesias existía una especie de mafias empresariales para ocuparse de las fotos del convite y el exterior. Normalmente contrataban (sin contrato, por supuesto) a chavales jóvenes con algunos conocimientos fotográficos para cubrir el evento y nadie les podía discutir los precios abusivos que cobraban a los novios. Y lo que no podía faltar era la visita al estudio entre la iglesia y el convite. Las BBC, bodas bautizos y comuniones, siempre ha sido un gran negocio, aunque la mayoría de las veces la calidad de las fotos brillara por su ausencia.
Claro, también existían los verdaderos profesionales, esos que trabajaban para un periódico, cubriendo eventos de todo tipo, algunos con nómina y otros sin ella, y aquellos más aventureros, casi siempre independientes, que se jugaban la vida en los numerosos conflictos bélicos por todo el mundo. Para eso había que tenerlos bien puestos y solo estaba al alcance de unos pocos.
Luego existían también los “no profesionales”, a los que no me atrevo a llamar abiertamente “aficionados” que eran los que sabían todo de la fotografía, y gracias a una depurada técnica y un especial sentido artístico podían ir mal viviendo de la fotografía gracias a los concursos nacionales e internacionales, algunos incluso consiguieron convertir su afición en su profesión debido a los reconocimientos de su arte, sobre todo por medios internacionales, porque a nivel nacional la fotografía nunca ha estado bien considerada.
En este contexto, hacer fotos de modelos entonces era una utopía. Y mucho menos si pretendías hacer desnudos, algo totalmente inmoral, perseguido y considerado como una aberración, tal era entonces el grado de censura y obtusa moral de la sociedad católica-franquista en la que vivíamos. La verdad es que todo era bastante obscuro, todo era negro, la tele, los periódicos, el cine, las fotos, la moral, hasta el mismo futuro se presentaba de ese color. Solo había una cosa buena, te comprabas una cámara “profesional” y te duraba 20 años (lo juro).
Ahora que ya estamos en el futuro, y que al final no parece haber sido tan negro, es cuando me pongo a reflexionar sobre el loco mundo de las redes sociales, las modelos, los fotógrafos actuales, los TFCD y todo este barullo de gente que no es mejor ni peor que la gente de antes, pero donde sigue habiendo conflictos y problemas en torno al bonito oficio de la fotografía. Siento decirlo, pero lo que veo es que por aquí circulan muchas menos modelos profesionales que fotógrafos profesionales, que tampoco hay muchos, pero bastantes más que las modelos.
Personalmente soy partidario de los TFCD siempre que ambas partes lleguen a un acuerdo y se firme un contrato de condiciones. Independientemente de los motivos, creo que siempre es ventajoso para las dos partes, un intercambio legal de fotografía práctica que sirve para ampliar conocimientos o mejorar las técnicas. He oído decir muchas veces que los desnudos hay que pagarlos, pero no entiendo el motivo de que una chica o un chico no haga desnudos para un TFCD pero si cuando se le remunera. Así dicho no suena bien y nadie se convierte en un profesional por querer cobrar una sesión de desnudo. Se supone que si no te importa hacer desnudos delante de la cámara, es porque te gusta hacerlos, te gusta ver los resultados y te gustas a ti mismo ya sea con ropa o sin ella.
Me molesta mucho cuando hablo con una chica para hacer un TFCD y está de acuerdo, pero si le pregunto si hace desnudos y me dice que si, pero cobrando, lo siento pero no quiero hacer ya TFCD contigo, ni con ropa ni sin ella. Si me dijera, “no me importa hacer desnudos, pero en este momento no quiero, no me interesa…”, pues vale, lo entiendo, respeto tus motivos, no hay ningún problema.
Nunca hagas desnudos con una chica a la que no le guste hacerlos, ya sea cobrando o sin cobrar. Lo peor es cuando quieres hacer desnudos pagando, con alguna modelo de esas que se consideran profesionales y les preguntas si te van a hacer factura y te dicen que no, que “de momento” no cotizan autónomos, pero que se lo están pensando…
En fin, hace poco el compañero Pepe Roncero ha publicado un “Decálogo del Buen Fotógrafo”, que recomiendo encarecidamente su lectura pues no tiene desperdicio:
Se han cumplido más de 10 años desde que publiqué, junto con mi colega y amigo David Santiago García, mi libro MANBOS conteniendo las mejores fotografías de mi web manbos.com creada en el mes de enero de 2001. En el libro colaboraron los siguientes catorce fotógrafos profesionales de viaje: Jorge Sierra, Ricardo de la Riva, Kris Ubach, Juan Serrano, Fernando Tomás García, Juan Iglesias, Samuel Sánchez, Manuel Sánchez Valero, Sergio Martínez, Roberto Iván Cano, Javier Zurita, Mariano Morell, David Santiago García y yo mismo.
El precioso prólogo del libro fue escrito por otro buen amigo, Pepo Paz Saz fotógrafo profesional, escritor y editor en Bartleby Editores y que transcribo a continuación:
- “Me siento en el frágil silencio de esta buhardilla mientras el frío sol de diciembre embarranca en el
arrecife del cristal del techo y proyecta su luz débil, moribunda como el
atardecer, sobre las estanterías repletas de libros y objetos que conforman mi
existencia cotidiana. Afuera resuenan unos ladridos ahogados y el fragor del
cercano tráfico. Dentro, en la pantalla plana del ordenador, se suceden
imágenes de lejanos universos soñados una y mil veces, radiografías de la
existencia que el mundo digital nos devuelve a miles de kilómetros de distancia
con la misma precisión con que un cirujano extirparía un tejido enfermo para
luego mostrárnoslo. Paisanos y paisajes que nunca había imaginado vislumbrar
aparecen frente a mí merced a las utilidades de la red, de las líneas de alta
velocidad y de una “ftp” que transporta información como hace muchos años el
tren habría llevado las paradojas del mundo moderno hasta los confines más
remotos. Miro las fotografías con la curiosidad con que un niño escrutaría un
juguete nuevo y desconocido. Luego, con la voracidad de un hambriento al acecho
de un bocado, las voy pasando de página en página, las amplio y reduzco, me
detengo en ellas. Me estremezco.
- Me ha venido a la memoria una anécdota que sucedió hace ya unos años en la
calle donde habité toda mi infancia y adolescencia. Junto al edificio de tres
plantas en el que vivía con mis padres había una decrépita vivienda construida
en los tiempos en que Madrid era, sobre todo, extrarradio y posguerra. Al viejo
hotelito le rodeada una infranqueable valla de ladrillos tras la que, cada mes
de febrero, florecía un árbol del que nunca llegué a saber su nombre. Aunque
todavía añore ese día cálido de finales del invierno en que la acera comenzaba
a poblarse de flores caídas desde las altas ramas. Los niños se entretenían en
horadar con pajitas los nidos que las arañas construían en las oquedades del ladrillo,
pero aquella valla se convirtió, con el paso de los años, en un objeto
cotidiano junto al que los transeúntes discurrían a cualquier hora del día o de
la noche, con paso distendido o apresurado. Nadie parecía reparar en ella ni en
lo que contenía de universo prohibido al otro lado. Un invierno, cuando el
árbol había dejado de florecer y los bomberos habían acudido ya un par de veces
a apuntalar la cubierta del hotelito, de repente un lienzo de la valla de
ladrillo se derrumbó hacia el interior del jardín. La policía municipal tendió
con eficacia, de lado a lado del paramento caído, esas cintas de plástico que
nos anuncian obras y caminos imposibles para los peatones en la ciudad. Durante
días la gente se detenía en la acera con asombro y curiosidad, miraba el jardín
oculto, la hierba rala, la desdicha de la desahuciada mansión.
- La instantánea de la valla despanzurrada tiene idéntico efecto en mi memoria al
de las fotografías que ojeo desde hace días por Internet: son las imágenes
captadas por los colaboradores de Manbos en cualquiera de las esquinas de este
planeta. Me produjo el mismo vértigo leer con cierta antelación los textos que
acompañan al pie o al margen las fotos: podía cerrar los ojos e imaginar el
cauce verdeante e interminable de un río en el sudeste asiático, sus oscuras
aguas, un rostro desconocido surgiendo de la penumbra en una tienda del
desierto del Chad o una, por no menos vista, destellante panorámica de Nueva
York. Porque, pese a los avances técnicos a los que hemos asistido en los
últimos años, el espíritu del fotógrafo reposta en idénticos manantiales a los
de siempre: la realidad. Estos trabajos son fiel muestra de que la era digital
no ha conseguido desterrar la curiosidad y capacidad de asombro que ha
adiestrado durante años el oficio del fotógrafo para husmear en esa realidad y
captar con su cámara la imagen única que ahora aparece ante nuestros ojos, en
las páginas del libro, y nos desvela el mundo por un instante. Porque la
fotografía nunca ha renunciado a la realidad. Como la valla caída nos mostraba
algo que siempre había estado ahí y nuestros ojos eran incapaces de ver.
- Conocí a Manbos García al mismo tiempo que a Roberto Iván Cano: en un viaje de trabajo
al interior de una comarca de la Cataluña rural que apenas un puñado de años
antes había sido devastada por el fuego. Ambos mostraban ya los evidentes
síntomas de estar atrapados por el desasosiego de la era digital. A David
Santiago le conocía de años atrás, precisamente de otro viaje al Alto Berguedà,
una de las zonas más deprimidas de la provincia de Barcelona. Durante una
marcha de cerca de seis horas para ascender hasta la cumbre del Pedraforça, y
luego regresar al punto de reunión, David sólo llegó a tomar un par de
instantáneas. Es un auténtico artesano de su oficio. En ellos, en el resto de los
fotógrafos y colaboradores de Manbos que desfilan por las páginas de este libro,
el lector descubrirá que es precisamente la confesión personal y la mirada lo
que otorga a sus imágenes la capacidad de conmover, lo que explica el
estremecimiento que me recorrió al leer los pies de foto y recrear las imágenes
no vistas en mi memoria. Es su capacidad y paciencia para sorprender a las
cosas como son realmente las que hacen grandes estas fotografías. Lo que
convierte en único al viejo oficio de fotografiar.”.
Pepo Paz, Velilla de San Antonio, diciembre 2007
El libro acababa con este epílogo:
“Ojalá que nuestra imaginación nos ayude siempre a descubrir nuevos instantes en cualquier lugar donde el destino nos lleve. Y tengamos, siempre a mano, una cámara fotográfica para que nuestros recuerdos jamás se pierdan en el olvido”.
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Canon Digital Learning Center ha publicado unos interesantes tutorials de Vincent Laforet para la realización de Time Lapse utilizando cámaras Canon, principalmente la Canon EOS 5D Mark III, pero cuyas recomendaciones pueden aplicarse a casi cualquier cámara reflex. Vincent Laforet (tres veces ganador en el prestigioso Cannes Lions International Advertising Festival) es un director y fotógrafo ganador del Premio Pulitzer, conocido por su enfoque progresista de la imagen y la narración. Consultor para compañías como Apple, Canon y Zeiss, ha realizado multitud de trabajos visuales utilizando cámaras digitales de fotografía, como su famoso Möbius, y en esta ocasión nos enseña, mediante cuatro videos, su técnica para obtener Time Lapse perfectos, por lo que merece la pena seguir sus recomendaciones si se está interesado en estas tecnologías.
Los videos están en inglés, pero son fáciles de seguir. Las recomendaciones y sugerencias de Vincent en cuanto a la configuración para la cámara fotográfica se puede resumir en los siguientes consejos:
- Utilizar siempre exposición manual.
- Disparar en formato RAW.
- Permitir el aviso de exceso de altas luces (highlights enable) para corregir si es necesario.
- Impedir desconexión de la cámara (auto power off).
- Impedir la revisión de imagen después de cada disparo (image review off).
- Poner el objetivo en enfoque manual y quitar el modo de estabilización auto (siempre utilizar trípode).
- Establecer el balance de blancos en el modo apropiado a luz de la toma, no utilizar el modo AWB de balance automático.
- Utilizar la menor apertura posible del objetivo (número F) para aumentar la profundidad de campo.
- Si la toma se realiza en movimiento (desde un coche, por ejemplo) poner la velocidad de disparo más alta posible para minimizar el movimiento.
- Utilizar siempre el modo Live View (visión directa) para enfoque preciso con el zoom digital.
- Activar la simulación Expo. Así se puede observar cambios al ajustar la compensación de la exposición.
- Activar el Grid (retícula) de la pantalla del monitor a 3x3.
- Bloquear el espejo para evitar trepidaciones durante los disparos.
- Desactivar Luminosidad Automática (Auto Lighting off).
- Desactivar Prioridad Tonos Altas Luces (Hightlight Tone Priority off).
Todo el artículo y el resto de videos se pueden ver en
http://learn.usa.canon.com//galleries/galleries/tutorials/time_lapse/laforet_time_lapse_basics.shtml